04 marzo 2011

Jacques Henri Lartigue, exposición en CaixaForum Madrid


Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986) es la primera gran exposición antológica del fotógrafo que se realiza en España. Reúne más de doscientas piezas procedentes de la Donation Jacques Henri Lartigue de París, entre copias modernas e instantáneas originales tomadas y reveladas por él mismo ?algunas de ellas con la técnica estereoscópica?, así como cámaras, cuadernos, agendas y algunos tomos del diario que realizó durante toda su vida. La muestra hace especial hincapié en los temas que resultaron una constante durante toda su carrera: la fotografía como instrumento de la memoria, una herramienta para capturar la fragilidad de la existencia y la brevedad de la felicidad. También refleja su particular visión de las mujeres y de un mundo que cambiaba velozmente. Todo ello permitirá descubrir al visitante el retrato de una época ya desaparecida a partir de las imágenes inconfundibles de Lartigue, un maestro que durante sus casi 90 años de trayectoria nunca dejó de considerarse un aficionado.

«Ser fotógrafo es atrapar el propio asombro». Durante toda su vida, Jacques Henri Lartigue (1894-1986) fue fiel a esa inquietud. Desde su más tierna infancia fotografió todo aquello que le conmovía, que le hacía feliz, que le parecía bello y que le servía para luchar contra el paso del tiempo y el olvido. Reconocido hoy de forma unánime como uno de los grandes nombres de la fotografía del siglo XX, su obra constituye un documento único de una época y una forma de vivir.


La exposición Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986) ha sido comisariada por Florian Rodari y Martine d'Astier de la Vigerie, directora de la Donation Jacques Henri Lartigue, con la asistencia de Maryam Ansari. La muestra podrá verse del 4 de marzo al 19 de junio de 2011 en CaixaForum Madrid (Paseo del Prado, 36).






















Jacques Henri Lartigue. Automóvil Delage. Gran Premio del ACF, 26 de junio de 1912.


Jacques Henri Lartigue ocupa un lugar muy especial en la historia de la fotografía: el de un aficionado con talento que siempre habló de la pintura como su principal pasión y de la fotografía como una dedicación secundaria. Desde 1902, con ocho años, hasta su fallecimiento en 1986, Lartigue vivió fotografiando.

Nació en 1894 en Courbevoie, cerca de París, en el seno de una familia de industriales. Su padre le compró la primera cámara fotográfica cuando tenía ocho años y, desde pequeño, inició un diario con fotografías y breves textos que lo acompañó toda la vida y que es un documento extraordinario para conocer el modo de vivir de una generación que descubrió la moda, el deporte o las competiciones de motor.

Lartigue fue un niño enfermizo que pronto comprendió que su felicidad podía desaparecer. Por eso decidió narrar su vida y, mediante ese relato, construir su propio personaje, del mismo modo que construyó su propia felicidad representándola constantemente. Para Lartigue, la felicidad es indisociable de su conservación, de modo que hay que retenerla mediante la escritura, la fotografía y los álbumes, la última etapa en la elaboración de sus recuerdos. Lartigue conservó durante toda su vida la frescura de la infancia y la insaciablecuriosidad de la juventud. En sus imágenes celebra el instante presente y oculta la angustia que le produce el paso del tiempo.

Descubierto de forma tardía y fortuita en 1963, cuando contaba casi 70 años, por John Szarkowski, entonces conservador de fotografía del Museo de Arte Moderno de Nueva York, Lartigue fue conocido y reconocido en su propio país y en todo el mundo gracias a la gloria alcanzada en Estados Unidos. En 1974, el presidente de la República Francesa, Valéry Giscard d’Estaing, le invitó a realizar su retrato oficial; entre ambos se estableció una sólida amistad que condujo a Lartigue, en 1979, a donar en vida la integridad de su obra al Estado.























Jacques Henri Lartigue. Coco. Hendaya, 1934.


Desde su infancia, Jacques Henri Lartigue se obsesionó con recordar todo lo que experimentaba e hizo de la fotografía el instrumento de su memoria. Esa voluntad de recordar, muy arraigada en el pequeño Lartigue, estaba estrechamente relacionada con su deseo de fijar la felicidad. Así, memoria y felicidad son dos realidades que sufren la misma amenaza de desvanecerse y la genialidad de Lartigue estriba en el hecho de que no fotografiaba ni la memoria ni la felicidad, sino lo que constituye su esencia: la fragilidad. En las fotografías de Lartigue, la felicidad está siempre relacionada con el cuerpo humano y su interacción con el espacio que lo rodea. La gente feliz recibe los embates del oleaje, los golpes de viento de las borrascas o los rayos del sol. Los cuerpos pierden constantemente la verticalidad y se levantan del suelo. Y es que conseguir fotografiar la felicidad depende de la gracia con la que se captan los movimientos casi imperceptibles: una mirada repentina, que dura tan sólo un instante o un gesto en equilibrio inestable.

La mirada de fotógrafo de Lartigue tiene presente la ambigüedad que existe en la realidad: lo infinitamente pequeño puede tener un tamaño mayor que lo grande o lo lento puede ir a tanta velocidad como lo rápido. Su fotografía capta esa esencia y ahí reside la verdad de las imágenes de Lartigue, auténtico mago del instante. Pese a parecer estáticas, sus fotografías hablan siempre de la posible continuación del tiempo, de una forma de huir de los límites y de las perspectivas ordinarias.

Para acentuar la impresión de ambigüedad, Lartigue utiliza con maestría el encuadre en distintos momentos del acto fotográfico. Primero, en el instante de apretar el disparador. Su cámara se convierte en una prolongación de su cuerpo: a veces está situada a ras de suelo, como la mirada de un niño boquiabierto ante el mundo de los adultos; en otras ocasiones se adapta a los andares de una transeúnte o a la velocidad del ciclista en pleno descenso. En otras ocasiones, el encuadre es el resultado de una reflexión, sobre todo cuando Lartigue trabaja en la cámara oscura: manipula sus imágenes, amplía un detalle o corta una parte para intensificar un efecto.

Progresivamente, Lartigue tuvo más en cuenta el encuadre en el momento de fotografiar. En sus imágenes encontramos abundantes elementos arquitectónicos —puertas, ventanas, juegos de sombras, rendijas reveladas, espejos— y los protagonistas parecen atrapados en esos elementos. Los individuos, en lugar de encontrar a qué aferrarse en medio de todas las líneas que los rodean, parecen flotar sin sujeción.


























Jacques Henri Lartigue. Mi prima Bichonnade. 40, Rue Cortambert, París, 1905.


A principios del siglo XX, una gran transformación redefine completamente la percepción de la realidad: la idea de velocidad. Se reducen las distancias gracias a las revoluciones técnicas en los transportes y el tiempo se relativiza gracias a Einstein.

Durante su juventud, Lartigue intenta captar la realidad física de la velocidad, traducir mediante la imagen la emoción que se siente ante la máquina. Lo llevó a cabo sobre todo en los circuitos de carreras de automóviles, a los que solía llevarlo su padre, que era un gran aficionado.

Lartigue consiguió que el espectador viera en sus fotografías lo mismo que él percibía cuando experimentaba la velocidad: un espacio comprimido, acortado, a menudo deformado; la transformación violenta del campo de visión.

Lartigue, nacido con los primeros Juegos Olímpicos y criado en una familia en la que el deporte ocupaba un lugar muy destacado en la educación, fue de adolescente un tenista consumado y uno de los primeros franceses en practicar asiduamente deportes de invierno. Le fascinaba sentir la velocidad y durante toda su vida se esforzó en desafiar la rigidez del cuerpo. De la misma manera, en sus imágenes deportivas busca la eficacia, y para ello, las líneas se mueven a su alrededor, los espacios se amplían y surgen perspectivas inéditas a cada instante.



















Jacques Henri Lartigue. Bibi, Arlette e Irène. Tormenta en Cannes. Cannes, mayo de 1929. 


Cuando era niño, el sueño más repetido de Lartigue era poder volar. No es de extrañar, pues, que se apasionara ya desde la niñez por la aviación. En 1904 fue testigo con su cámara de los intentos de despegue de Gabriel Voisin en Normandía y captó los primeros metros del aviador por encima del suelo. Con su hermano frecuentó desde 1907 los campos de aviación y finalmente, el sueño de su infancia se hizo realidad en 1916 con su bautismo aéreo. Es difícil calcular cuántos saltos y despegues hay en la obra de Lartigue. Para él, todas esas cabriolas son la imagen de la vida misma, símbolo de su vitalidad.

Pero todos los saltos y despegues llevan asociados los descensos y las caídas. Los lanzamientos, las volteretas y las escaladas acaban casi siempre en salpicaduras y caídas, y con ellas, las carcajadas. Sus fotografías adquieren un tono ligero sobre la ausencia de gravedad.





































































Jacques Henri Lartigue. Gérard Willemetz y Dany. Royan, julio de 1926.


En el universo de Lartigue sólo hay mujeres jóvenes y hermosas. La búsqueda de la felicidad y de la belleza que lleva a cabo desde su infancia excluye por completo cualquier deformidad o signo de envejecimiento y mantiene a distancia todo lo que pueda enturbiar un día resplandeciente o recordar la fealdad y la muerte.

En la primavera de 1910, cuando aún no tenía 16 años, Lartigue descubrió la moda y, sobre todo, a las modelos. Durante meses, cámara al hombro, se lanzó a la avenida del Bois de Boulogne, cerca de su casa, donde las mujeres distinguidas paseaban a horas concretas para enseñar sus vestidos nuevos. Lo que esperaba retener el joven fotógrafo no era el detalle de los tejidos, sino más bien la aparición de mujeres elegantes.

Sus primeras representaciones de las paseantes ponen de manifiesto una distancia y un temor nuevos ante el universo femenino, provocados en primer lugar por la diferencia de edad y, después, por el deseo sexual. Lartigue, que siente una emoción de tipo erótico, se esconde. De ahí el encuadre oblicuo con el que las captura, esa toma de vista tan baja. Con la experiencia, la mirada de Lartigue cambia y mira directamente a los ojos de sus amantes. En contraste con el resto de su obra, Lartigue pide explícitamente a esas mujeres
indolentes que no hagan nada, que no se muevan.

A principios del siglo XX, todo el mundo sueña con disfrutar de los nuevos placeres de la velocidad y el deporte, y con recorrer sin obstáculos los territorios que día tras día descubre la modernidad. También el joven fotógrafo y su hermano Zissou sueñan desde pequeños con disfraces que les permitan asemejarse a los héroes de sus aventuras preferidas: aviadores, pilotos de carreras o exploradores de mundos lejanos. Gorros, gafas y abrigos de piel hacen que quienes los lleven parezcan extraterrestres. En este grupo de imágenes encontramos exploradores de un nuevo tipo, figuras enmascaradas, pesadas y paralizadas en su singular atuendo.

Finalmente, el último ámbito de la exposición muestra la fascinación de Lartigue por el infinito y la naturaleza, donde el hombre se enfrenta a su soledad. En esta parte de la obra de Lartigue, el individuo aparece con apenas más consistencia que una brizna de paja, como un fantasma agitado por los vientos o movido a merced del oleaje. Nuestro paso terrenal es efímero: eso es lo que nos repiten constantemente estas imágenes que traicionan una felicidad imposible de retener y que indican que sólo estamos en la Tierra como habitantes transitorios.





































































Jacques Henri Lartigue. Bibi, sombra y reflejo. Hendaya, agosto de 1927


Las cámaras: En 1902, Jacques Lartigue recibe su primera cámara, de madera encerada y con placas de vidrio de 13 × 18 cm. La siguen muchas otras, cada vez más perfeccionadas y rápidas, como la Kodak Brownie 2, recargable al aire libre, o la Klapp Nettel de 6 × 13 cm, que le permiten «conservar» todo aquello que le hace feliz, le apasiona o le sorprende.

Los tirajes de época: Se han conservado algunos tirajes realizados al mismo tiempo que las tomas fotográficas correspondientes. Se denominan copias de época o vintage. Reveladas por el propio Lartigue o confiadas a un laboratorio, suelen ser contactos en formato de negativo y, a veces, ampliaciones.

Los álbumes: A partir de 1902, Lartigue se dedica a organizar y clasificar sus imágenes en grandes álbumes. Los llena de fotografías hechas por él o que adquiere como coleccionista. Lo hará hasta el final de su vida en 1986. Son, en total, 130 volúmenes y 14.423 páginas con un formato de 52 × 36 cm que dan testimonio de su vida o, por lo menos, de la huella que quiere dejar. Recortes, encuadres, compaginaciones, fechas y anotaciones evidencian una voluntad de componer los instantes de su vida para adecuarlos a su sensibilidad. Los álbumes constituyen la última etapa en la elaboración de sus recuerdos.

El diario: Lartigue sintió muy pronto la necesidad de dar cuenta de su vida mediante la escritura. Eligió distintos soportes a lo largo de los años: pequeños pedazos de papel garabateados y escondidos, cuadernos varios como Cuaderno de mis sueños o Razones por las que soy tan feliz. A partir de 1911, decide llevar una agenda en la que anota y dibuja el tiempo que hace para, según afirma, paliar los fallos de memoria de los adultos. Empieza a añadir las actividades que ocupan su tiempo y, poco a poco, algunas impresiones. También dibuja de memoria, antes de revelarlas, las fotografías tomadas durante el día. Al final de la página valora la calidad de la jornada.

La estereoscopia: El hombre percibe la profundidad del espacio que lo rodea porque dispone de dos ojos: la visión binocular permite la sensación de relieve. El estereoscopio del inventor Sir David Brewster fue presentado a la reina Victoria y al público en general en 1851 en Londres, con motivo de la Exposición Universal. Tuvo un gran éxito. Hasta principios del siglo XX se vendieron en todo el mundo centenares de miles de cámaras fotográficas y visionadoras.

En 1902, el padre de Lartigue, gran aficionado a la fotografía, presta a su hijo de ocho años una cámara estereoscópica Spido Gaumont de placas de vidrio de formato 6 × 13. Con ella, el joven Lartigue descubre un nuevo juego: no sólo puede restituir la realidad, sino también captar el movimiento. Invierte sus negativos en placas de vidrio positivas del mismo formato y disfruta montándolas en secuencias y escribiendo cuidadosamente sus leyendas en un cuaderno escolar. Entre 1902 y 1928 realiza cerca de 5.000 negativos estereoscópicos. A partir de 1912, su Klapp Nettel estereoscópica de 6 × 13 cm le permite también realizar vistas panorámicas replegando uno de los objetivos. Tras descubrir este nuevo formato irá abandonando poco a poco la estereoscopia.

Los autocromos: Con 17 años, Lartigue descubre con gran emoción los procedimientos de la fotografía en color; primero, el inventado por Lippmann y luego, el que comercializan los hermanos Lumière. Se maravilla ante esas invenciones que le abren nuevas perspectivas. En 1912 utiliza una Klapp Nettel estereoscópica de 6 × 13 cm para realizar sus primeras placas autocromas.

No obstante, Lartigue comprueba que el procedimiento del autocromo es incompatible con el regocijo que experimenta él al captar el movimiento. En 1927, a pesar de su fascinación por el color, la imposibilidad de tomar instantáneas le desanima y lo deja de lado. En la actualidad, la Donation Lartigue conserva unos 80 autocromos estereoscópicos del artista.

Exposición
Del 4 de marzo al 19 de junio de 2011
CaixaForum Madrid
Paseo del Prado, 36
28014 Madrid
Horario:
De lunes a domingo, de 10 a 20 h
Entrada gratuita a las exposiciones

Más información: www.lacaixa.es/obrasocial
                           Donation Jacques Henri Lartigue

2 comentarios:

Marcelo Caballero dijo...

me ha gustado mucho su crónica de Lartigue. Muy completa y exhaustiva.
En síntesis, todo su blog es muy interesante. Hasta pronto!!

DEMO dijo...

Extraordinario el artículo, y fabulosa la exposición.

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